[[File:assets/images/seis_tesis_sobre_municipalismo_libertario.png]]
= Tesis I =
Históricamente la teoría y la práctica social radical se han centrado sobre dos zonas de la actividad social humana: el lugar de trabajo y la comunidad. A partir de la creación del estado-nación y de la Revolución Industrial, la economía ha ido adquiriendo una posición predominante sobre la comunidad –no sólo en la ideología capitalista, sino también en los diferentes socialismos, libertarios o autoritarios, que han ido apareciendo en el último siglo. Este cambio de posición del socialismo desde una postura ética a una económica es un problema de enormes proporciones que ha tenido amplia discusión. Lo que es más importante dentro de este punto son los socialismos en sí, con sus preocupantes atributos burgueses, extrañamente adquiridos; un desarrollo principalmente revelado por la visión marxista de llegar a la emancipación humana a través del dominio de la naturaleza, un proyecto histórico que presumiblemente establece la «dominación del hombre por el hombre»; es el razonamiento marxista y burgués del nacimiento de una sociedad de clase como «precondición» a la emancipación humana.
Desafortunadamente el ala libertaria del socialismo –los anarquistas– no han avanzado consistentemente en la prevalencia de lo moralista sobre lo económico. Aunque quizás lo han desarrollado a partir del nacimiento del sistema fabril, ''locus classicus'' de explotación capitalista, y del nacimiento del proletariado industrial como «portador» de la nueva sociedad. Con todo su fervor moral, la adaptación sindical a la sociedad industrial y la imagen del sindicalismo libertario como infraestructura del mundo liberado, supuso un cambio apreciable en el énfasis intencional desde el comunitarismo hacia el industrialismo, de valores comunales a valores fabriles [Como ejemplo particularmente deprimente, sólo hay que leer El organismo económico de la Revolución (Barcelona, 1936), de Diego Abad de Santillán, dicho trabajo influencia enormemente a la CNT-FAI.]. Algunos trabajos que han adquirido santidad doxográfica dentro del sindicalismo han servido para enaltecer el significado de la fábrica y de forma más general, el lugar de trabajo dentro de la teoría radical y eso sin mencionar el papel mesiánico del «proletariado». Los límites de este análisis no necesitan ser igualmente analizados en este artículo. En forma superficial, me parece que están justificados con los hechos acaecidos en la época de la Primera Guerra Mundial y los años 30.
Hoy día la situación es distinta y el hecho de que podamos criticarlos con la sofisticación que nos da la perspectiva de décadas, no nos da derecho a patrocinar el descrédito del socialismo proletario por su falta de visión a futuro.
Sin embargo debe hacerse la matización: la fábrica y, con el tiempo, el lugar de trabajo y la familia patriarcal, han sido los lugares principales no sólo de explotación, sino también de jerarquías. La fábrica no ha servido precisamente para «disciplinar», «unir» y «organizar» al proletariado capacitándolo para el cambio revolucionario, sino para esclavizarle en los hábitos de la subordinación, la obediencia y la penosa robotización descerebrada. El proletariado, al igual que todos los sectores oprimidos de la sociedad, vuelve a la vida cuando se despoja de sus hábitos industriales y entra en la actividad libre y espontánea de comunizar –esto es, el proceso vital que da significado a la palabra «comunidad». Entonces los trabajadores se despojan de su naturaleza estricta de clase, que no es sino la contrapartida del status de burguesía y se revela su naturaleza humana. La idea anárquica de comunidades descentralizadas, colectivamente gestionadas, estatales y con una democracia directa y la idea de la confederación de municipalidades o «comunas», habla por sí sola; así como en la formulación de los trabajos de Proudhon y Kropotkin se expresa el papel transformador del municipalismo libertario como columna vertebral de una sociedad liberadora, enraizada en el principio ético antijerárquico de unidad de la diversidad, autoformación y autogestión, complementariedad y apoyo mutuo.
= Tesis II =
La Comuna como municipalidad o ciudad, debe evitar un papel puramente funcional de estado [Como forma de posicionamiento frente al carácter ideológico que las burocracias estatistas han conferido a la palabra “estado”, así como frente a la capacidad que estas han sabido atribuirse (mediante el uso de la fuerza) para legislar los usos de la gramática; y por otro lado, teniendo conciencia de la capacidad que tienen las formas de conferir significado; para este texto hemos optado por el uso de la palabra “estado” (escrita con minúscula), en lugar de “Estado” (escrita con mayúscula). ''(Nota de la edición).''] económico en el que los seres humanos no tienen oportunidad de realizar actividades agrícolas. Sino, pasar a ser un «centro de implosión» (usando la terminología de Lewis Munford) que realce las comunicaciones sociales internas y el acercamiento, de forma que se manifieste su función histórica transformando la población casi tribal, unida por los lazos de sangre y la costumbre, en un cuerpo político de ciudadanas unidas por valores éticos basados en la razón.
Esta función abiertamente transformadora atraerá al «extraño» y al «no miembro» al interior de un denominador común con el tradicional ''genoi'', creando así una nueva esfera de interrelaciones: el reino del ''polissonomos'', literalmente la gestión de la ciudad. Es precisamente a partir de esta conjunción de ''nomos'' y de ''polis'' que deriva la palabra «política», una palabra que ha sido desnaturalizada y convertida al estatismo. Igualmente, la palabra polis ha sido reconvertida como «estado». Estas distinciones no son meras discusiones etimológicas, reflejan por el contrario, una auténtica degradación de estos conceptos, siendo cada uno de ellos de enorme importancia para legitimar fines ideológicos. A los antiautoritarios les choca y rechazan la degradación del término «sociedad» entendido como «estado», y tienen razón. El estado, tal como lo conocemos es un aparato diferente que se utiliza para dirigir a las clases; es el monopolio profesionalizado de la violencia con la finalidad de asegurar la subyugación y la explotación del hombre por el hombre […o más bien, del varón ''cis'' patriarcal sobre toda las demás subjetivaciones que ha definido como su otredad. ''(Disclaimer de las editoras).'']. Las teorías antropológicas y sociales nos enseñan cómo el estado ha ido emergiendo lentamente a partir de relaciones jerárquicas más abiertas; también nos enseñan las distintas formas que adquirió el estado, cuales son sus etapas de desarrollo y como se dibuja dentro del concepto de estado-nación moderno. Asimismo, dichas disciplinas nos están enseñando, muy posiblemente, cuál vaya a ser el futuro de la forma más totalitaria del estado.
Así pues, los antiautoritarios saben también cómo las nociones de familia, lugar de trabajo y otras diversas formas de la cultura de asociación –en el sentido más completo y antropológico de la palabra «cultura»–, las relaciones interpersonales y de forma general, la esfera de la vida privada están totalmente diferenciados del estatismo social e intrínsecamente.
Lo «social» y el «estatismo» pueden infiltrarse el uno en el otro; así, en este sentido, los antiguos despotismos reflejaban la soberanía patriarcal del ''oikos'' [El equivalente al término “casa” en la Grecia Antigua, es el conjunto de bienes y personas que constituía la unidad básica de la sociedad en la mayoría de las ciudades-estado (''polis''), e incluía a la cabeza del ''oikos'' (el ''telestai'', generalmente el varón de mayor edad). ''(Nota de la edición).'']. La absorción de lo social por el moderno y gigantesco estado totalitario refleja la ampliación del concepto de «burocracia» (tanto en sus esferas psicoterapéuticas y educacionales, como en la esfera administrativa tradicional), evidenciando las imperfecciones que existen en todas las clases de organismos sociales.
El surgimiento de la ciudad nos ofrece diversos grados de desarrollo, no solo con respecto a una nueva dominación de la ''humanitas'' universal, diferenciada de la parroquia; nos abre la posibilidad del espacio libre de un nuevo civismo, diferenciado de los lazos tradicionales, es la ''gemeinschaften'' [''Gemeinschaft'' (frecuentemente traducido como comunidad), es una asociación en la cual los individuos se orientan hacia la comunidad tanto o más que hacia su propio interés. ''(Nota de traducción.)''] biocéntrica. Asimismo nos ofrece el reino del ''polissonomos'', la gestión de la ''polis'' por un cuerpo político de ciudadanos libres. En resumen, se nos da la posibilidad de la política en una forma diferente a lo estrictamente social y al estatismo.
La Historia no nos muestra una esfera de lo político en estado «puro», tampoco nos da una visión mayor de las relaciones sociales a nivel de aldeas y grupos no jerarquizados, mientras que solo recientemente ha empezado a mostrarnos instituciones puramente estatistas. El término de «pureza» es un concepto introducido por la teoría social, a expensas de perder cualquier contacto con la realidad según hemos podido comprobar historicamente. Sin embargo, existen aproximaciones a la política, invariablemente de carácter cívico y que no son en principio de carácter social o estatista: la democracia ateniense, las asambleas municipales de Nueva Inglaterra, las asambleas de sección de la Comuna de París en 1793, por citar tan sólo los ejemplos más conocidos. De duración considerable en algunos casos y efímeras en otros, tendremos que admitir que fueron totalmente marcadas por numerosos elementos de opresión que existieron en sus respectivas épocas. No se pueden componer a trazos aquí y allá para ofrecer la imagen de un ''status'' político no parlamentario ni burocratizado, centralizado o profesionalizado, social o estatal, sino que hay que recoger la imagen ciudadana, reconociendo el papel de la ciudad en la transformación de una población o de una aglomeración monádica [Aislado. ''(Nota de la edición.)''] de individuos en una ciudadanía basada en formas regionales y éticas de asociación.
= Tesis III =
Si definimos lo social, lo político y lo estatal con una concepción absoluta y estudiamos la evolución histórica de la ciudad como en el espacio en que nace lo político, de forma de efectuar una separación entre lo social y lo estatal, estamos entrando en la investigación de unas materias cuya importancia programática es enorme. La época moderna define «lo civil» como urbanización, lo cual supone una auténtica corrupción de la acción ciudadana, amenazando por un lado con englobar los conceptos de ciudad y país, y convirtiendo por el otro la dialéctica histórica en algo ininteligible en la actualidad. La confusión entre urbanización y acción ciudadana sigue siendo tan oscura hoy día como la confusión existente entre sociedad y estado, colectivización y nacionalización o, en este sentido, política y parlamentarismo.
Dentro de la tradición romana, la ''urbe'' se refería a los aspectos físicos de la ciudad, a sus edificios, plazas, calles…diferenciándose de la ''civitas'', la unión de ciudadanos en un cuerpo político. Estos dos conceptos no fueron intercambiables hasta la época final del imperio, cuando el concepto de «ciudadanía» ya había decaído y había sido reemplazado por términos que diferenciaban castas y que estaban condicionados; esto nos muestra un hecho altamente relevante y sustancioso.
Los griegos intentaron retornar a la ''civitas'' dejando la ''urbe'' recrear nuevamente la ''ekklesia'' ateniense, a expensas del senado de Roma. Pero fracasaron y la ''urbe'' devoró a la ''civitas'' bajo la forma de imperio. Se supone que los ciudadanos libres, que formaban la columna vertebral de la república y que pudieron haberla transformado en una democracia luego de haber «bajado» de las Siete Colinas en las que Roma se «fundó», se «empequeñecieron» usando la terminología de Heine. La «idea de Roma» en tanto que una herencia ética, se fue reduciendo en proporción directa al crecimiento de la ciudad. A partir de entonces, «cuanto más crecía Roma, más se dilataba esta idea; el individuo se perdió por completo en la ''urbe'', los grandes personajes que conservaban cierto poder, ya nacían con esta idea y se ahondaba aún más la diferencia con los individuos menores».
Aquí podemos obtener una enseñanza y aprender de los peligros de la jerarquía y de la «grandeza», además de captar el sentido intuitivo que supone la distinción entre urbanización y acción ciudadana como el crecimiento de la ''urbe'' a expensas de la ''civitas''. Y además surge otra cuestión, ¿Tiene la ''civitas'' (o el cuerpo político significado a menos que literal y protoplásmicamente) un contenido? Rousseau nos recuerda que «las casas forman la ''urbe'', pero (sólo) los ciudadanos forman la ciudad». Los habitantes de la ''urbe'' se conceptúan como simple «electorado, o como «votantes», o ya usando el término más degradante utilizado por el estado, «impositores sujetos a gravamen» –un término que es realmente un eufemismo aplicado a un «sujeto». Los habitantes de la ''urbe'' se transforman en abstracciones y a partir de entonces, en simples «criaturas del estado», utilizando la terminología jurídica norteamericana en relación al status legal de lo que es una entidad municipal hoy día. Un pueblo, cuya única función política es la de votar delegados, no es pueblo en absoluto, es una «masa», una aglomeración de mónadas. La política diferenciada de lo social y lo estatal, supone la reestructuración de esas masas en asambleas totalmente articuladas, supone asimismo la formación de un cuerpo político dentro de la idea de debate, de la participación racional, la libertad de expresión, y a través de fórmulas democráticas radicales de toma de decisiones.
Este proceso es interactivo y auto-formativo. Se puede elegir entre seguir a Marx en la idea de que los «hombres» se forman a sí mismos como productores de cosas materiales», se puede seguir a Fichte diciendo que son individuas éticamente motivadas, o según Aristóteles, decir que son habitantes de la ''polis''. Bakunin decía que “los hombres” eran quienes buscan la libertad. Sin embargo, cuando no existe una presencia autogestionaria en todas las esferas de la vida –económica, ética, política y libertaria–, la formación del carácter que transforma al «hombre» de objetos pasivos en sujetas activas es lamentablemente inexistente. La personalidad es tanto una función dentro de la acción de «gestión» (o mejor todavía, de la comunización), como la gestión es una función de la personalidad. Ambos conceptos, son parte del proceso formativo que los alemanes denominan ''bildung'' y los griegos denominan ''paideia''. El lugar donde se desarrolla lo civil, tanto si es la ''polis'', la ciudad o el vecindario, es la cuna de civilización humana tras el proceso de socialización que supone la familia. Para complicar aún más las cosas, la «civilización» civil, es simplemente otra forma de politización, convirtiendo una masa en un cuerpo político, deliberativo y racional. Para llegar a este concepto de ''civitas'', se presupone que el ser humano es capaz de reunirse, superando a las mónadas aisladas puede debatir directamente mediante formas de expresión que «vayan más allá de las simples palabras» y que razonar en forma directa, cara a cara, llegando pacíficamente y en común a puntos de vista que permitan tomar decisiones factibles que se lleven a cabo mediante principios realmente democráticos. Para formar estas asambleas y que además funcionen, es necesario que los propios ciudadanos se formen también, ya que la política es baladí si no tiene un carácter educacional y si esa idea de nueva apertura no está promoviendo un carácter formativo.
= Tesis IV =
Así pues, la municipalidad no es tan sólo el «lugar» donde uno vive la «inversión» de tener una casa, sanitarios, salud, servicios de seguridad, un trabajo, la biblioteca y amenidades culturales. La ciudadanización constituye históricamente una nueva transición de la humanidad desde las formas tribales hasta las formas civiles de vida, lo cual tiene un carácter tan revolucionario como el paso de los grupos cazadores hacia el cultivo de la tierra, o como del cultivo de la tierra a la industria manufacturera. A pesar de los absorbentes poderes del estado, hubo un posterior desarrollo que combinó civismo con nacionalismo y política con estatismo. Como decía V. Gordon Childe, la «revolución urbana» fue un cambio tan grande como la revolución agrícola o la revolución industrial. Además se puede comprobar que el estado-nación, al igual que sus predecesores lleva en las entrañas mucho de este pasado ya mencionado y aún no lo ha digerido. La urbanización puede completar aquello que los césares romanos, las monarquías absolutas y las repúblicas burguesas no pudieron lograr –destruyendo incluso la herencia de la propia revolución urbana–, aunque aún no haya tenido lugar.
Antes de entrar en las implicaciones revolucionarias de las aproximaciones al municipio libertario y de volver sobre la política libertaria, es necesario estudiar un problema teórico: la realización de la política diferenciada de la simple administración. En este punto, Marx, en sus análisis sobre la Comuna de París de 1871 ha construido una teoría social radical de considerable imperfección. La combinación existente en la Comuna, de política delegada junto con la acción de policía realizada por los propios administradores (cosa que Marx celebrara profusamente), supuso el mayor fracaso de esta revolución. Rousseau, con bastante razón, planteaba que el poder popular no se puede delegar sin que se destruya. O bien se tiene una asamblea popular que ostenta todos los poderes, o bien esos poderes los ostentará el estado. El problema del poder delegado infectó por completo el sistema de consejos: los ''soviets'' (Raten), la Comuna de 1871 y naturalmente los sistemas republicanos en general, tanto de carácter nacional como municipal, el término «democracia representativa» constituye una contradicción terminológica. Un pueblo no puede constituirse en ''polissonomos'' realizando la designación del ''nomos'', creando legislación o ''nomothesia'' delegando en cuerpos que excluyen el debate, el razonamiento y las formas de decisión que caracterizan la identidad de la política. No menos importante es la falta de entrega a la administración, mera ejecución de la política del poder respecto a formular qué debe ser administrado sin entrar en la actividad habitual del estado.
La supremacía de la asamblea como fuente de política por encima de cualquier organismo administrativo es la única garantía para que prevalezca la política sobre el estatismo. Este grado perfecto de supremacía tiene una importancia crucial dentro de una sociedad que contiene expertos y especialistas para las operaciones de la maquinaria social; mientras que el problema del mantenimiento de la preponderancia de la asamblea popular sólo se presenta durante el período de tránsito de una sociedad administrativamente centralizada hacia una sociedad descentralizada. Tan sólo cuando las asambleas populares tanto en los barrios de las ciudades, como en los pueblos pequeños, mantengan la mayor y más estricta vigilancia sobre cualquier tipo de organismo de coordinación confederal, se podrá elaborar una auténtica democracia libertaria. Estructuralmente, dicha realización no tiene que conllevar problema alguno. Las comunidades se han apoyado en expertos y administradores desde hace tiempo, sin perder por ello su libertad. La destrucción de estas comunidades ha sido más bien debido a un acto estatista, no a uno administrativo. Las corporaciones sacerdotales y las jefaturas se han apoyado desde siempre en la ideología y en la tontería humana en forma aún más clara y no tuvieron que apoyarse en la fuerza para atenuar el poder popular y finalmente eliminarlo.
El estado no ha podido absorber nunca, en su totalidad lo ocurrido en el pasado, este es un hecho descripto por Kropotkin en «El apoyo mutuo», cuando describe el rico contexto existente en la vida civil hasta las comunas oligárquicas medievales. En efecto, la ciudad ha sido siempre el punto opuesto de la balanza frente a los estados nacionales e imperiales hasta los tiempos presentes.
Augusto y sus herederos hicieron de la supresión de la autonomía municipal una pieza maestra de la administración imperial romana, e igual hicieron los monarcas absolutos de la época de la Reforma. «Echar abajo las murallas de las ciudades» fue la política central de Luis XIII y de Richelieu, una política que salió a la superficie años más tarde, cuando el Comité de Salud Pública de Robespierre hizo y deshizo a su antojo para restringir los poderes de la Comuna 1793-94. La «Revolución Urbana» ha acompañado al estado como un poder doble irreprimible, un desafío potencial al poder centralizado a través de la historia. Esta tensión prosigue hoy en día y como por ejemplo, en los conflictos entre el estado centralizado y las municipalidades en todo EEUU e Inglaterra. En el entorno más inmediato del individuo, la comunidad, el vecindario, el pueblo, la aldea donde la vida privada se va ligando lentamente con la vida pública, es el lugar auténtico para que exista un funcionamiento a nivel de base, siempre y cuando la urbanización no haya destruido totalmente las posibilidades para ello. Cuando la urbanización haya enmascarado la ciudad de tal manera que ésta carezca por completo de identidad propia, le falten la cultura y los espacios para relacionarse socialmente, cuando le falten las bases para la democracia –no importa con qué palabras la definamos–, entonces habrá desaparecido la identidad de la ciudad y la posibilidad de crear formas revolucionarias serán tan sólo sombras de un juego de abstracciones. Por la misma razón, ningún símil radical basado en fórmulas libertarias ni sus posibilidades, tienen sentido cuando se carece de la conciencia radical que dará sentido y contenido a estas formas. Démonos cuenta de que cualquier forma democrática o libertaria puede ser transformada en contra del ideal de libertad si se concibe de una forma esquemática con fines abstractos carentes de sustancia ideológica y de esa organicidad a partir de la cual estas formas dibujan ese significado liberador. Además, sería bastante inocente pensar que formas tales como el barrio, el pueblo y las asambleas comunales populares pueden alcanzar el nivel de la vida pública libertaria, o llegar a crear un cuerpo político libertario sin un movimiento político que fuera altamente consciente, que esté organizado y sea programáticamente coherente.
Sería igualmente ingenuo pensar que tal movimiento libertario podría nacer sin la ''intelligentsia'' radical indispensable, cuyo medio está en esa vida comunal intensamente vibrante. Hay que rememorar a este respecto a la ''intelligentsia'' francesa de la Ilustración y la tradición que creó en los ''quartiers'' (barrios) y cafés de París. No me refiero al conglomerado de intelectuales anémicos que copan las academias e institutos de la sociedad occidental [A pesar de las ventajas y fracasos, ha sido esta inteligencia radical la que ha servido de puntal para cada proyecto revolucionario en la historia y de hecho, fueron ellos quienes literalmente proyectaron las ideas a partir de las cuales la gente diseñó sus características sociales para el cambio. Pericles es un ejemplo de esta inteligencia durante el mundo clásico, John Bail o Thomas Munzer durante las épocas del medioevo y la Reforma, y Denis Diderot durante la Ilustración; Emile Zola y Jean Paul Sartre en épocas más recientes. Los intelectuales de la academia son un fenómeno bastante más reciente: criaturas embibliotecadas, enclaustradas, incestuosas y orientadas a su carrera, carentes de experiencias vividas y de práctica.]. A menos que los anarquistas se decidan a desarrollar este estrato de pensadores de menor esplendor, cuya vida pública se transforme en una búsqueda de comunicación con su entorno social, en el caso contrario se encontrarán con el peligro real de transformar las ideas en dogmas y de convertirse en herederos por derecho propio de movimientos y gentes ancestrales, que pertenecen a otra época histórica.
= Tesis V =
Es indudable que uno puede ponerse a jugar –y perderse entre términos como «municipalidades» y «comunidad», «asambleas» y «democracia directa»–, perdiendo de vista las clases, etnias y diferentes géneros que convierten términos tales como «el pueblo» en algo sin sentido, en abstracciones casi oscurantistas. Las asambleas por sectores de 1793 no sólo se vieron forzadas a un conflicto con la Comuna Burguesa de París o con la Convención Nacional; sino que se convirtieron en un campo de batalla entre ellas mismas, entre los estratos de propietarios y los no propietarios, entre realistas y demócratas, entre moderados y radicales.
Si nos quedamos exclusivamente en este nivel económico, sería tan erróneo como ignorar las diferencias de clase por completo y hablar sólo de «fraternidad», «libertad», e «igualdad», como si estas palabras fueran algo más que retórica. Sin embargo, se ha escrito ya bastante para desmitificar los lemas de las grandes revoluciones «burguesas»; en efecto, se ha hecho tanto en este sentido para reducir estos lemas a meras reflexiones de intereses egoístas burgueses que corremos el riesgo de perder de vista cualquier dimensión populista utópica que tuvieran consigo. Después de todas las cosas que se han dicho sobre los conflictos económicos que dividieron las revoluciones inglesa, americana y francesa, las historias futuras de estos dramas deberían servir mejor para revelarnos el pánico burgués a cualquier tipo de revolución; su conservadurismo innato y la proclividad que tienen a comprometerse a favor del orden establecido. También sería de gran utilidad que la historia enseñara cómo los estratos revolucionarios de cada época empujaron a los revolucionarios «burgueses» mucho más allá de los confines conservadores que éstos establecían, llevándolos a interesantes situaciones de desarrollo de principios democráticos, en los que los burgueses nunca se han sentido demasiado cómodos. Los diferentes «derechos» formulados por estas revoluciones no se consiguieron gracias a los burgueses, sino a pesar de ellos; así los granjeros libres norteamericanos de la década de 1770 y los ''sans culottes'' [Los ''sans culottes'' eran los partisanos de izquierdas miembros de las clases sociales más bajas; típicamente eran quienes realizaban labores manuales. Constituyeron la mayor parte del ejército revolucionario durante el inicio de la Revolución francesa ''(Nota de la edición).''] (descamisados) de la década de 1790 –además su futuro es cada vez más cuestionable dentro de este mundo cibernético y corporativo que está en crecimiento.
Sin embargo, estas tendencias actuales y futuras de carácter tecnológico, social y cultural que se agitan y amenazan con descomponer la estructura de las clases tradicionales nacidas en la Revolución Industrial nos traen la posibilidad de que surja un interés general diferente a los intereses de clase, creados durante los dos últimos siglos. La palabra «pueblo» puede volver a incorporarse al vocabulario radical –no como una abstracción oscurantista, sino como una expresión cuyo significado venga asociado a una capa social de desraización progresiva, de fluidez y desplazamiento tecnológico, de forma que ya no sea integrable en una sociedad cibernética y altamente mecanizada. A esta capa social de desplazamiento tecnológico podemos añadirle los jóvenes y los ancianos, que se encaran con un futuro bastante dudoso dentro de un mundo que ya no puede definir los roles que la gente juega dentro de la economía y la cultura. Estas capas sociales ya no cuadran adecuadamente dentro de una división simplista de conflictos de clase como la teoría radical estructuraba alrededor de los «trabajadores asalariados» y el «capital».
El concepto de «pueblo» puede retornar a nuestra época dentro de un sentido todavía diferente: Como un «interés general» que se forma a partir del interés público en relación a temas ecológicos, comunitarios, morales, de género o culturales. Sería además muy poco hábil el subestimar el papel primordial de estos intereses «ideológicos» aparentemente marginales. Como decía Franz Bokenau hace cerca de cincuenta años, la historia del siglo pasado nos muestra más que claramente cómo el proletariado puede enamorarse más intensamente del nacionalismo que del socialismo y ser guíado preferentemente por intereses «patrióticos» que por intereses de clase, tal y como se podría apreciar por cualquiera que visitara los Estados Unidos. Aparte de la influencia histórica que tienen movimientos ideológicos tales como el cristianismo o el islam, los cuales muestran todavía el poder que la ideología tiene sobre intereses materiales, nos enfrentamos con el problema de enfocar el poder de la ideología en una dirección socialmente progresista –principalmente, las ideologías ecologistas, feministas, étnicas, morales y contraculturales, en las que se encuentran numerosos componentes anarquistas, pacifistas y utópicos que están esperando a ser integrados dentro de una visión conjunta y coherente. En cualquier caso, los «nuevos movimientos sociales», usando la terminología creada por los neo-marxistas, se están desarrollando alrededor nuestro, cruzando las líneas tradicionales de clases. A partir de este fermento se puede elaborar aún un interés general con miras mucho más amplias, nuevo y de mayor creatividad que los intereses particulares con orientación económica del pasado. Y será a partir de este punto que el «pueblo» nacerá y se dirigirá hacia las asambleas, un «pueblo» que irá más allá de los intereses particulares y dará una mayor relevancia a la orientación municipal libertaria.
= Tesis VI =
Así mismo, cuando la imagen orwelliana de «1984» sea claramente asimilable en alguna «megalópolis» de un estado altamente centralizado y una sociedad altamente corporativizada, tendremos que ver las posibilidades que tenemos de contraponer a este desarrollo estatista y social, un tercer supuesto de práctica humana: la situación política que supone la municipalidad, el desarrollo histórico de la Revolución Urbana que no ha podido ser digerido por el estado. La Revolución siempre significa una dualidad de poderes: el sindicato de industria, el soviet o el consejo y la Comuna, todos ellos orientados contra el estado.
Si examinamos cuidadosamente la historia, veremos cómo la fábrica, criatura de la racionalización burguesa, no ha sido nunca el lugar de la revolución; las trabajadoras revolucionarias por excelencia (las españolas, las rusas, las francesas y las italianas) han sido principalmente clases de transición, estratos sociales agrarios en descomposición que se vieron sujetas del último y discordante impacto corrosivo de la cultura industrial, hoy día convertida en tradicional. Así es, en efecto; allá donde las trabajadoras están aún en movimiento, su batalla es totalmente defensiva (irónicamente se trata de una batalla por mantener el sistema industrial que se enfrenta con un desplazamiento del capital y un aumento de la tecnología cibernética) y que refleja los últimos coletazos de una economía en decadencia. También se quiere la ciudad –pero de forma muy diferente a la fábrica. La fábrica no fue nunca un reino de libertad, siempre fue el lugar de la supervivencia, de la «necesidad», imposibilitando y disecando cualquier actividad humana a su alrededor. El nacimiento de la fábrica fue combatido por los artesanos, por las comunidades agrarias y por todo el mundo a escala más humana y más comunal. Tan sólo la simpleza de Marx y Engels, que promovieron el mito de que la fábrica servía para «disciplinar», «unir» y «organizar» el proletariado, pudo impulsar a los radicales ensimismados por el ideal del «socialismo científico», a ignorar cuál era el papel autoritario y jerárquico de la fábrica. La abolición de la fábrica por el trabajo ecotécnico, creativo e incluso por componentes cibernéticos dirigidos a satisfacer las necesidades humanas, es el ''desideratum'' del socialismo en su visión libertaria y utópica, aún nos es una precondición moral para la libertad.
Por el contrario la Revolución Urbana ha jugado un papel muy diferente. Principalmente ha creado la idea de ''humanitas'' universal y la comunalización de la humanidad a lo largo de unas líneas racionales y éticas. La revolución urbana ha levantado los límites del desarrollo humano que estaban impuestos en lazos de hermandad, el parroquialismo del mundo pueblerino y los efectos sofocantes de la costumbre. La disolución de las municipalidades auténticas a manos de la urbanización, marcó un punto muy grave de regresión de la vida societal: supuso la destrucción de la única dimensión humana donde se daba la asociación superior y la desaparición de la vida civil que justificaba el uso de la palabra civilización, así como también del cuerpo político que daba identidad y significado a la palabra «política».
A partir de este momento, cuando la teoría y la realidad entran en conflicto, uno se justificaba invocando la famosa cita de Georg Lukacs: «Que se joda la realidad» [«So much the worse for the facts»]. La Política, tantas veces degradada por los «políticos» y convertida en estatismo, tiene que ser rehabilitada por el anarquismo y ser devuelta a su significado original, en el que suponía una participación y una administración civil, levantándose en contraposición del estado, extendiéndose más allá de los aspectos básicos de interrelación humana que llamamos interrelación social [Antes de finalizar este punto vale la pena observar que la distinción entre lo Social y lo Político mantiene una marca desde sus orígenes, remontándose a la época de Aristóteles y que se ha mantenido a lo largo de toda la historia de la teoría social hasta épocas recientes con las teorías de Hannah Arendt. Lo que se echa de menos en ambos pensadores es una teoría del estado y por tanto la ausencia de una distinción tripartita dentro de sus escritos.].
Con un significado totalmente radical, tenemos que volver hacia las raíces de la palabra en la ''polis'' y dentro del inconsciente vital de la gente, de forma que se cree un espacio para una interrelación racional, ética y pública, que a su vez dé lugar al ideal de la Comuna y de las asamblea populares de la era revolucionaria.
El Anarquismo ha agitado siempre la bandera de la necesidad de una regeneración moral y la lucha por la contracultura (usando el término en el mejor de los sentidos) y en contra de la cultura establecida. Con esto se explica el énfasis que el anarquismo hace sobre la ética y su interés por ser coherente en medios y fines, su defensa de los derechos humanos y de los derechos civiles, así como su interés en épocas recientes con las teorías de Hannah Arendt. Conviene recordar que en el anarquismo siempre ha existido una tendencia comunalista, no sólo sindicalista o individualista, y que además esta tendencia comunalista ha mantenido una fuerte orientación municipalista y que puede ser extraída principalmente de los escritos de Proudhon y Kropotkin.
De lo que se ha carecido sin embargo, es de un cuidadoso examen del meollo político de esta orientación: se trata de la distinción entre un momento del discurso, una forma de toma de decisiones y un desarrollo institucional que no tiene carácter social ni estatal.
La política civil no es tan sólo política parlamentaria, de hecho, si nos ceñimos al sentido histórico auténtico del término «política» dentro de su lugar preciso en un vocabulario radical, tiene todo el aroma de las asambleas de ciudadanas atenienses y su heredero igualitario, la Comuna de París. Si conseguimos volver hacia estas instituciones históricas y enriquecerlas con nuestras tradiciones libertarias y nuestros análisis críticos, devolviéndolas a la vida en este mundo, tan ideológicamente confuso, estaremos trayendo el pasado al servicio del presente en una forma creativa e innovadora. Todas las tendencias radicales están cargadas de una cierta medida de inercia intelectual, tanto las anarquistas como las socialistas. La seguridad que nos da la tradición es tan fuerte que puede acabar con toda posible innovación, aún entre los antiautoritarios.
El anarquismo está caracterizado por su actitud ante el parlamentarismo y el estatismo. Esta actitud ha sido ampliamente justificada por el curso de la historia, pero también nos puede llevar a una paralización mental que en teoría no es menos dogmática que el radicalismo electoral corrompido en la práctica. Así si el municipalismo libertario se construye como política orgánica, esto es, una política que emerge de la base de la asociación superior humana, yendo hacia la creación de un cuerpo político auténtico y de formas de participación ciudadanas, posiblemente sea éste el último reducto de un socialismo orientado hacia instituciones populares descentralizadas. Un elemento importante dentro de la aproximación al municipalismo libertario es la posibilidad de evocar tradiciones vivas para legitimar nuestras peticiones, tradiciones que aunque son fragmentarias e irregulares aún ofrecen potencialidad para una política de participación con una respuesta de dimensiones globales al estado. La Comuna está enterrada todavía en los Consejos de la ciudad; las secciones están escondidas en los barrios; la asamblea de ciudad está en los ayuntamientos; encontramos formas confederales de asociación municipal escondidas en los vínculos regionales de pueblos y ciudades. Recuperar un pasado que puede vivir y funcionar con fines libertarios, no es, ni mucho menos, estar cautivo de la tradición; sino que se trata de hilar conjuntamente los objetivos humanos únicos de asociación que permanecen como cualidades inherentes al espíritu humano –la necesidad de la comunidad como tal y que han surgido repetidas veces en el pasado. Permanecen en el presente como esperanzas que acaban de nacer, pero que la gente tiene consigo en todas épocas, saliendo a la superficie en los momentos de acción y libertad.
Estas tesis nos anticipan la visión de la posibilidad de un municipalismo libertario y una nueva política definible como un doble poder, que puede ser contrapuesto mediante las asambleas y las formas confederales al estado. Tal como están ahora las cosas en el mundo orwelliano de la década de los 80, esta perspectiva de un poder doble es sin duda una posibilidad de las más importantes, entre otras, que los libertarios pueden desarrollar sin comprometer sus principios antiautoritarios. Es más, estas tesis apuntan a la posibilidad de una política orgánica basada en formas participativas tan radicales de asociación civil, no excluyentes de la posibilidad de que las anarquistas cambien los cuadros de las ciudades y pueblos y convaliden la existencia de instituciones democraticamente directas. Y si este tipo de actividad lleva a las anarquistas a los plenos de los ayuntamientos, no hay razón para que tal política tenga que ser parlamentaria, máxime cuando mantiene un nivel civil y está conscientemente opuesta al estado [Espero que no se invoque en contra de esta postura al fantasma de Paul Brousse. Brousse utilizó el municipalismo libertario de la Comuna tan ligado a los parisinos de su época en contra del tradicionalismo comunalista, esto es, para practicar una forma pura de parlamentarismo burgués, no para llevar a París y a los municipios franceses en oposición al estado centralizado, tal y como la Comuna pretendía hacer. No había nada orgánico en su postura sobre municipalismo y nada revolucionario en sus intenciones. Todo el mundo está usando la imagen de la Comuna para sus propios propósitos: Marx para anclar su teoría de la «dictadura del proletariado» en un precedente histórico; Lenin para legitimar su jacobinismo «político» total; y los anarquistas en forma más crítica para difundir el comunalismo.] . Es curioso que muchos anarquistas que celebran la existencia de las empresas industriales «colectivizadas», tanto en un sitio como en otro y todo ello con gran entusiasmo a pesar de que se forma parte del entramado económico burgués y que tiene una visión de la política municipal que considera con repugnancia las «elecciones» de cualquier tipo; sobre todo cuando la política está estructurada en torno a las asambleas de barrio, a los delegados revocables, a las formas de contabilidad radicalmente democráticas y a los vínculos locales fuertemente enraizados.
La ciudad no es congruente con el estado. Ambos tienen orígenes muy diferentes y han jugado papeles muy distintos en la historia. El estado penetra en todos los aspectos de la vida cotidiana, desde la familia a la fábrica, desde el Sindicato a la ciudad, lo cual no significa que los individuos conscientes deban retirarse de cualquier tipo de relaciones humanas organizadas, de la propia piel de uno, para esconderse en un estado de pureza y abstracción, de forma de convalidar la descripción de Theodor Adorno sobre el anarquismo como un «fantasma». Si hay algún fantasma que nos dé caza, son los que toman forma de ritualismo y de rigidez tan sumamente inflexible que uno cae en un ''rigor mortis'' bastante parecido al que cae el cuerpo congelado cuando alcanza la muerte eterna. El poder de la autoridad para dar órdenes a los individuos físicos habrá obtenido entonces una conquista más completa que las órdenes imperativas ejercidas a través de la simple coerción. Habrán puesto su mano sobre el mismo espíritu –y su libertad para pensar libremente y resistir con ideas, aún cuando la capacidad para actuar esté bloqueada temporalmente por las circunstancias.
''Burlington (Vermont), 9 de septiembre de 1984.''